Reseña en @lectorasdeojosgrandes
Una mujer venezolana migra a Colombia con su hija y esposo en busca de, al menos, un plato de comida al día y atención sanitaria básica, una 'mejor calidad de vida'. ¿Es demasiado pedir? Tener el derecho y acceso a las necesidades básicas de cualquier ser humano es lo mínimo que se debería asegurar al mundo entero. Como si esto no fuera suficiente, junto a su nuevo estatus de migrante, tiene también que lidiar con su depresión y una maternidad que trata de mantenerla a flote.
A través de cartas dirigidas a F., vamos conociéndola y adentrándonos un poco a su pasado en Venezuela, su presente en el nuevo país, sus miedos y motivos, sueños, esperanzas y hasta su magia. Esta es una historia que parece ser como cualquier otra, pero que nos lleva a preguntarnos ¿por qué?
Un tema que, lamentablemente, parece no acabar nunca, como lo es la migración. Aquella migración elegida pero forzada a la vez, los procesos de adaptación, y la salud mental, son temas que van de la mano en esta historia convirtiéndola en una lectura indispensable. #algohablaconmivoz es de esos libros que, más que historias, narran vidas.
ADVERTENCIA: El siguiente texto está inspirado en el libro Algo habla con mi voz de la escritora Vaitiere Alejandra Rojas Manrique, así que incluye spoilers sobre la historia. Si eres de las que bajo ninguna circunstancia gusta de los spoilers, entonces detente aquí.
Llevo 10 años viviendo en un país que no es el mío. Aún no lo es. Llevo 10 años cuestionándome qué hago aquí, por qué sigo aquí y aún no encuentro una respuesta que satisfaga mi búsqueda. Llevo también 10 años extrañando mi casa, mi familia, mi comida, a mi país y mis raíces, pero sigo sin quererme ir. Yo lo decidí.
Hace 10 años decidí y tuve la oportunidad de migrar. Migrar, dicen, para tener una vida mejor, para vivir en un país "más" desarrollado, de primer mundo... dicen. Migré para recibir una educación de "primer nivel", de esas que según la gente respaldada por las estadísticas, no existe en mi país. Lo logré, lo conseguí, y fui pa'lante. Y aún así, pese a que esta fue mi decisión, no logro dejar de sentirme culpable de vez en vez. Culpable por abandonar a los míos, por vivir una vida "sin problemas", una vida de blancos con un corazón mestizo. Culpable de quejarme por mis problemas de primer mundo cuando hay tantas personas sufriendo y pasándola realmente mal en mi país. Culpable por sentir que hui, que tomé el camino fácil... Pero déjame decirte, querida lectora, que de fácil no ha tenido más que la idea romántica que fue un día. Migrar ha sido, sin lugar a dudas, una de las decisiones más difíciles de mi vida y decidir radicar en el país de acogida, ha sido peor de sbrellevar. ¿Qué es la vida sin los tuyos?, ¿quiénes son los tuyos?
Si yo, que como he dicho, decidí libremente (dentro de un rango considerable de lo que significa libertad, basta decir que hoy no creo que la libertad de elección) dejar mi país en busca de otro futuro, no puedo ni imaginar lo difícil y doloroso que puede ser migrar a la fuerza. El duelo que esto conlleva y el proceso de posible adaptación se complica potencialmente, No importa, aunque sí que lo complica más, si el país al que vas habla o no tu misma lengua, comparte o no rasgos de tu cultura, si la gente es welcoming o no, si ya has estado ahí... No importa nada de esto porque al final del día tu cama no es tu cama y tu vida no es completamente tu vida.
Aunque mi migración haya sido por suerte o privilegio, distinta a la migración de la novela, su voz me llegó tan cerca. La falta de ganas que se traduce en cuidar de una misma, de estar informada de lo que sucede en el país natal es algo presente en mi vida también. Es una forma de evitar la realidad, no querer ver el sufrimiento y la violencia que solo me genera enojo y frustración por la incapacidad de porde hacer algo, algo tangible. Por años me dije que sí podía contribuir al bienestar de mi país desde acá, pero la realidad es otra, ha cambiado y con ella he aprendido que probablemente no puedo hacer nada más que existir aquí.
La tristeza, la pena y las ganas con las que ella buscaba razones o excusas para no sentirse mal por esta decisión... Como si una necesitara justificar cuidarse a sí misma para cuidar a su hija y su actual familia. Pero es que sí, hoy en día aún hay que hacerlo, o sentimos que debemos hacerlo si no, no tiene caso estar aquí. ¡Qué barbaridad! Como si cuidar de ella y sus problemas, de su salud mental, no fuera ya un exhaustivo y suficiente trabajo.
El miedo que ella sentía de abrir la boca y ser descubierta venezolana en un país donde al parecer la nacionalidad ha comenzado a definir quién eres. Ese miedo a las miradas, a sentirte diferente, exótica, rara... Ese miedo que incluso a veces se siente hasta en tu propio hogar, entre las cuatro paredes, tras una puerta en la que solo entras tú. Ese miedo también lo he sentido yo. Fue precisamente aquel miedo, junto a mi posibilidad de camuflage, lo que me llevó a dejar de ser yo por varios años y convertirme en esa réplica de lo que veía en la calle, en el trabajo y en mi día a día. Disfrazado de adaptación, fue el miedo lo que me llevó a ser gris, olvidando mis colores, olvidándome y ocultándome a mí.
Es un miedo tan intenso e irracional (como supongo todo miedo debe ser), que me llevaba a la paranoia. Esa misma paranoia que ella sintió con los policías y su estudiante polaco. El pensar que cualquier pequeña cosa puede ser usada en tu contra y hacerte pagar una deuda que no es tuya sino de las fronteras de tu país de origen. Temer la mirada del revisor de pasaje en el autobús y que precisamente ese día hayas olvidado el ticket mensual del transporte que tan juiciosamente pagas cada mes con puntualidad. Y que no solamente te bajen del transporte y te hagan pagar la multa como a cualquier otra persona, sino que por ser tú, por ser extranjera, te vaya peor... ¡Nonesense! Nada de lógica ni bases legales, pero... ¿qué tanto vale la legalidad y la justicia en estos casos? Casos donde claramente tú estás en desventaja de poder. Como lo dije ella, «mi condición de migrante me ha vuelto más vulnerable por dentro: lo noto y lo notan los demás». Y es que sí lo ha hecho. A ella, la depresión o el síntoma que al final le hayan diagnosticado, aunado a la soledad, la llevó a escribirle cartas a un amigo... imaginario tal vez. Fue la única forma en que pudo mantenerse cuerda dentro de su locura. A mí, esta ansiedad, este burn out, esta sobre exigencia y falta de seguridad, mi síndrome de la impostora y mi necesidad insaciable de más y más, porque nunca parece ser suficiente, nunca soy lo suficientemente buena para este mundo que solo habita en mi cabeza y atenta con infiltrarse en mis pocos, casi inexistentes, sueños. A ella fueron los libros, el carnet de la biblioteca. A mí, las mujeres escritoras y el feminismo, a mí las lectoras de ojos grandes y Ampuero, y Atwood, Bello y Ojeda. A ella la psicóloga más los estudios, a mí, mis citas cada dos semanas con la psicóloga. A ella las clases, a mí el trabajo y el yoga. A ella Ale, su motoro. A mí yo, mi motor.
Duele mucho migrar, pero pareciera que hoy, sin importar el país, lo que más duele es ser migrante.